Como
Católicas celebramos la decisión del Papa Benedicto XVI de seguir los
dictámenes de su conciencia y renunciar a su cargo, reconociendo que la
edad y su estado de salud ya no le permitían asumirlo convenientemente.
Aunque sea poco realista esperar que alguno de los 119 cardenales, que
será elegido Papa por sus pares, tenga la voluntad y la capacidad de
modificar sensiblemente el rumbo que se le ha dado a la Iglesia católica
institucional en los últimos 35 años, aprovechamos la oportunidad del
Cónclave que se avecina para reiterar la agenda de cambio que la
feligresía católica viene impulsando desde ese gran hito que representó
en la historia de nuestra Iglesia el Concilio Vaticano II:
- El reconocimiento institucional de que mujeres y varones tienen,
gracias al bautizo, la misma dignidad, los mismos derechos y las mismas
responsabilidades. Es un escándalo cada vez menos soportable para un
número creciente de católicas y católicos que en una comunidad
internacional que lucha contra la violencia de género justificada por
fundamentalismos religiosos, la Iglesia institucional siga discriminando
a las mujeres en cuanto a su papel dentro de la vida eclesial.
- El reconocimiento de la libertad de conciencia. La conciencia es
la máxima autoridad moral, no sólo para un pontífice que decide
renunciar a su cargo, sino así mismo para quienes deciden en materia de
sexualidad, de pareja, de divorcio y un matrimonio subsiguiente, de
reproducción humana.
El reconocimiento de la libertad religiosa que proclamó el
Concilio Vaticano II. La libertad religiosa es un derecho humano
individual. No puede equiparase de ninguna manera a una “libertad para
la Iglesia institucional de hacer lo que le plazca sin necesidad de
rendimiento de cuentas”. Empezando por el encubrimiento del abuso sexual
de menores y de mujeres por miembros del clero. Pero también por
ejemplo como entidad proveedora de servicios de salud reproductiva,
cuando, contrariamente a las legislaciones vigentes en muchos países, se
le impone a su personal médico directivas que violan el derecho a la
libertad de conciencia de estos, como se da en el caso de distribución
de condones como profiláctico en la lucha contra el VIH o en materia de
anti-concepción y de aborto. La libertad religiosa incluye por su puesto
también el respeto de las demás Iglesias cristianas hermanas, de las
demás religiones, pero igualmente el pluralismo creciente dentro de la
propia comunidad católica.
- El reconocimiento de la separación de la Iglesia y el Estado
empezando por ponerle fin a la entidad de poder ambigua de la “Santa
Sede/Ciudad del Vaticano” como Estado/Religión. Renunciando así mismo a
todos los concordatos y demás privilegios políticos que son contrarios a
la idea de una iglesia pobre.
- El compromiso con la justicia social y los derechos humanos en
todos los ámbitos, empezando en su propio seno, para dar el ejemplo al
mundo de una Iglesia amorosa, incluyente y respetuosa de las diferencias
y de las libertades individuales.
- El retomar el llamado del Concilio Vaticano II el cual propuso,
entre otros temas, romper con la estructura piramidal y excluyente que
tiene esta Iglesia.
Son grandes los cambios que se han dado en los últimos años.
Benedicto XVI deja una Iglesia institucional en gran crisis. Mientras el
Papa promovió con determinación una agenda política de restauración
alentando a los sectores más fundamentalistas de la Iglesia, sectores
crecientes de la comunidad eclesial se sintieron incomprendidos,
abandonados, burlados, alienados, irrespetados. Muchos, ante todo entre
las mujeres y la juventud, se han alejado sobre la punta de los pies,
sin necesariamente dejar de sentirse católicos, pero desarrollando una
madurez religiosa que ya no aceptará estructuras eclesiales
pre-democráticas.
Es muy probable que el próximo Papa sea conservador. Pero aunque
milagrosamente fuera elegido uno de los pocos cardenales liberales,
mientras la Curia romana siga en pie, será esta quien tenga el timón del
“barco de Pedro” bajo su control. Pero las católicas y los católicos de
a pie ya hace rato que hemos dejado de mirar y escuchar lo que se diga
en el Vaticano mientras intentamos obrar por un mundo mejor y mas
evangélico. Y así seguiremos procediendo después del Cónclave anunciado.
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