(por José Mª Castillo) "Teología sin censura"
Entre los numerosos comentarios, que lógicamente está suscitando la noticia de la dimisión del papa Benedicto XVI,
echo de menos una reflexión que, a mi manera de ver, me parece la más
importante, la más urgente, la que más puede (y debería) influir en el
futuro de la Iglesia y su posible influencia en bien de este mundo tan
atormentado en que vivimos. Me refiero a la reflexión que distingue
entre los que es y representa la persona del “papa”, por una parte, y lo
que es y representa la institución del “papado”, por otra.
Por supuesto, nadie duda que es importante analizar, enjuiciar y saber valorar los aciertos y desaciertos
que ha tenido el papa Ratzinger en sus años de pontificado. Por
supuesto, también, que es seguramente más importante aún proponer y
saber elegir al hombre más competente que, en este momento, tendría que
ocupar el cargo de Sumo Pontífice. Todo eso, nadie lo duda, es de enorme
interés en estos días.
Pero, por muy importante que sea enjuiciar a las personas, tanto del
pasado como del posible futuro inmediato, nadie va a poner en duda - me
parece a mí - que es mucho más determinante detenerse a pensar lo que
representa, y lo que tendría que representar, no ya este papa o el otro,
sino lo que realmente es y hace la institución que, de hecho, es el
papado, tal como está organizada, tal como funciona, y tal como es
gestionada, sea quien sea el papa que la ha presidido o que la puede presidir.
Porque, vamos a ver: ¿es lo mejor para la Iglesia que todo
el poder para gobernar una institución, a la que pertenecen más de mil
doscientos millones de seres humanos, esté concentrado en un solo hombre,
sin más limitación que la que le imponen sus propias creencias a ese
hombre, el que ocupa el papado? Tal como está dispuesto en el vigente
Código de Derecho Canónico, así es como está pensado, legislado, y así
funciona el papado (can. 331; 333; 1404; 1372). Porque, entre otras
cosas, el papa quita y pone a los más altos y más bajos cargos de la
Curía. Quita y pone a cardenales, obispos y cargos eclesiásticos
de toda índole. Y hace todo esto sin tener que dar explicaciones a
nadie y sin que nadie le pueda pedir responsabilidades. Además,
esto se mantiene así, sea quien sea el papa reinante, la edad que tenga
ese papa, la salud que goce o padezca, su mentalidad, sus preferencias y
hasta sus posibles manías.
Más aún, no echemos mano ingenuamente de la presencia del Espíritu Santo
y su presunta inspiración constante en la toma de decisiones del papa
reinante. No. Esa presunta intervención del Espíritu Santo no está
demostrada en ninguna parte. Como tampoco está demostrado, ni hay
argumentos para probarlo, que el obispo de Roma, por muy sucesor de
Pedro que sea, tenga que acumular todo el poder que el papa y sus
teólogos incondicionales aseguran que acumula por voluntad de Dios.
¿Dónde está eso dicho? ¿En qué argumentos se basa?
El mejor conocedor de toda esta historia, que la Iglesia ha tenido en el
último siglo, el cardenal Y Congar, dejó escrito en su diario personal
que todo eso era una manipulación organizada por los intereses de Roma,
cuyas raíces llegan hasta el siglo segundo de la historia del
cristianismo.
En todo caso, lo que es seguro es que, en todo el Nuevo Testamento,
en ninguna parte consta que la Iglesia tenga que estar organizada así y
así tenga que ser gestionada. Y, ¡por favor!, que nadie me venga ahora
con el famoso texto de Mt 16, 18-19. Entre los mejores estudiosos del
evangelio de Mateo, cada día aumenta el número de los que aseguran que
esas palabras no salieron de boca de Jesús. Es un texto “redaccional”,
muy posterior al texto original, añadido al evangelio por el redactor
último del evangelio que ha llegado a nosotros.
En fin, por hoy, basta con lo dicho. Seguiremos hablando de estas
cosas en los próximos días. Pero me parece importante terminar diciendo
que la Iglesia está, precisamente en estos días, en un momento privilegiado para afrontar sin miedo estas cuestiones,
que apuntan a los problemas de fondo que la Iglesia tiene sin resolver.
Y que, si no se afrontan y se toman en serio, esta Iglesia seguirá
perdida (y callada), por muy lúcido y muy valioso que sea el papa
futuro. Porque, insisto, el problema de la Iglesia no es el papa, es el
papado, tal como está organizado y tal como funciona, sea quien sea el
hombre que ocupa el trono papal.
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