El día 30 de Mayo
de 1973 fui ordenado sacerdote en Barcelona.
Tras muchos años
de formación tradicional salesiana y vivencia en internados, los
cuatro años de estudios teológicos en Barcelona fueron una apertura
al mundo y a la teología inspirada por el Concilio Vaticano II. El
contacto con jóvenes de los barrios de Horta y Carmel en el centro
juvenil de Martí Codolar me animó a culminar mi formación con la
ordenación.
En la Congregación
Salesiana empezó un movimiento de renovación popular promoviendo la
inserción de pequeñas comunidades en barrios populares. Una
comunidad en Benicalap (Valencia) y otra en Las Fuentes (Zaragoza)
concretaron esa tendencia. Pero pronto vendría la marcha atrás.
Mis dos primeros
años de cura estuve en Elche, dando clases en una Escuela
Profesional e iniciando con otro compañero un centro juvenil. El
contacto con la HOAC, los jóvenes trabajadores y los barrios me
abrió más al mundo obrero. Propusimos una pequeña comunidad
salesiana en un barrio obrero, aceptada en principìo por el
Provincial pero denegada por el Obispo de Alicante. Trasladado a
Valencia, me hice cargo del Centro Social Don Bosco, a la vez que
daba clases y estudiaba la licenciatura en Teología. Nuevas
propuestas de comunidades de inserción denegadas me decidieron a
pedir excedencia (“absentia a domo”) y más tarde a salir de la
Congregación.
Empecé trabajando
en la construcción y viviendo en Benicalap, formando parte de la
comunidad Adsis. En 1980 me incorporé a la “fraternidad” ex
salesiana y a la comunidad de Benicalap. En 1984 nos casamos
Carmelina y yo, y en 1992 acogimos a Verónica, adoptada luego en
1997. Profesionalmente, me he jubilado a los 65 años, tras
treintaitantos de autónomo como repartidor.
Estos años he
participado en el movimiento de curas obreros, en el movimiento pro
celibato opcional (MOCEOP), en la coordinación de las comunidades
populares (CCP) y en la iglesia de base en general (Somos Iglesia,
Redes Cristianas, Xarxa Cristiana, y con el colectivo LGTB, creyente
y no creyente), y en los movimientos sociales en que he tenido
ocasión y tiempo (vecinos, inmigrantes, discapacitados…)
Y aquí seguimos…
¿Cómo resumir estos 40 años de cura?
Creo que tres rasgos han definido mi
proceso y mi estilo de ser cura:
Ser cura obrero: como
opción existencial por ser uno más, por estar con los de abajo,
por asumir la causa de los de abajo como propia. Ganarme la vida con
mi trabajo y un trabajo manual, precario, sin privilegios. Ser cura
obrero significa desprofesionalizar el servicio religioso o
evangélico. No vivir de la religión. Dar gratis lo que es gratis,
lo que no tiene precio. Desclericalizar el ministerio, siendo uno
más pero sin renunciar a ser uno mismo.
Ser cura casado.
Compatibilizar ministerio y matrimonio, viviendo la sexualidad, la
paternidad, la familia como sacramentos de encuentro con Dios, de
realización personal y creyente. Reivindicar no sólo la
opcionalidad del celibato sino la desclericalización por motivos de
sexo, de orientación sexual, de opción matrimonial, plenamente
compatible evangélica y teológicamente; sólo una disciplina
eclesiástica no puede frenar la libertad, diversidad e igualdad
personal y comunitaria.
Ser cura comunitario. La
comunidad es el ámbito adecuado para una igualdad radical (nadie es
más que nadie), para una fraternidad real, para una diversidad de
carismas y ministerios no sólo aceptados sino animados por la
comunidad. Ser comunidad es la primera y principal manera de ser
plenamente iglesia. Es nuestro modo de ser iglesia. Y en ella, cada
carisma tiene su lugar. Ser cura es uno más, siendo uno más y
siendo uno mismo.
En resumen, estos tres rasgos son
no sólo una experiencia de 40 años (con su proceso y evolución…),
que muestra con hechos que es posible ser cura de otra manera que la
tradicional; sino un reto personal y comunitario: ser cura sin
ser clero. Superando una eclesiología clerical (marcada por la
Institución), cabe una eclesiología comunitaria (marcada por la
comunidad). Ser cura no es tanto una función eclesiástica cuanto
un servicio al Reino de Dios, al Evangelio de Jesús, a la Causa de
los pobres. En ese servicio me encuentro como cura, como comunidad y
como iglesia de Jesús. Pero no como clero: no soy célibe, no
trabajo profesionalmente como cura, no cobro ni dependo del Obispo,
no estoy en nómina en la diócesis. Es posible ser cura sin ser
clero, pero para ello no hacen falta curas, sino comunidades
desclericalizadas donde cada carisma sea reconocido y ejercido con
libertad y creatividad, como dones del Espíritu.
Hay comunidades que asumen una
postura más “radical” respecto al ministerio: que no haya
curas. Con todo el respeto a esa postura, la mía y la de nuestra
comunidad no es la de suprimir del todo el ministerio “ordenado”,
sino la de reconocer el carisma en una persona, aceptarlo como
comunidad, y “reinventar” una forma de ser cura que no es la
tradicional, “clerical”, sino un servicio comunitario. Tal vez
la “ordenación” no debería ser tan vertical, de arriba abajo:
el obispo “ordena” y envía a una comunidad; sino horizontal y
desde abajo: la comunidad reconoce el carisma y lo acepta en
comunión con otras comunidades. Al obispo le correspondería el
servicio de comunión de reconocer y convalidar lo que la comunidad
decide, no de decidir por encima de ella.
En ese proceso de
desclericalización cabe no sólo la opcionalidad del celibato, sino
la posibilidad del ministerio ejercido por mujeres, célibes o
casadas, hombres o mujeres homosexuales o lesbianas, o tantos otros
ministerios que las necesidades de cada comunidad y los carismas de
cada persona hagan posibles o necesarios, con el debido
discernimiento bajo la acción el Espíritu.
Deme Orte. 30 de
Mayo 2013.