5 de junio de 2013

40 años de cura al margen


El día 30 de Mayo de 1973 fui ordenado sacerdote en Barcelona.
Tras muchos años de formación tradicional salesiana y vivencia en internados, los cuatro años de estudios teológicos en Barcelona fueron una apertura al mundo y a la teología inspirada por el Concilio Vaticano II. El contacto con jóvenes de los barrios de Horta y Carmel en el centro juvenil de Martí Codolar me animó a culminar mi formación con la ordenación.
En la Congregación Salesiana empezó un movimiento de renovación popular promoviendo la inserción de pequeñas comunidades en barrios populares. Una comunidad en Benicalap (Valencia) y otra en Las Fuentes (Zaragoza) concretaron esa tendencia. Pero pronto vendría la marcha atrás.
Mis dos primeros años de cura estuve en Elche, dando clases en una Escuela Profesional e iniciando con otro compañero un centro juvenil. El contacto con la HOAC, los jóvenes trabajadores y los barrios me abrió más al mundo obrero. Propusimos una pequeña comunidad salesiana en un barrio obrero, aceptada en principìo por el Provincial pero denegada por el Obispo de Alicante. Trasladado a Valencia, me hice cargo del Centro Social Don Bosco, a la vez que daba clases y estudiaba la licenciatura en Teología. Nuevas propuestas de comunidades de inserción denegadas me decidieron a pedir excedencia (“absentia a domo”) y más tarde a salir de la Congregación.
Empecé trabajando en la construcción y viviendo en Benicalap, formando parte de la comunidad Adsis. En 1980 me incorporé a la “fraternidad” ex salesiana y a la comunidad de Benicalap. En 1984 nos casamos Carmelina y yo, y en 1992 acogimos a Verónica, adoptada luego en 1997. Profesionalmente, me he jubilado a los 65 años, tras treintaitantos de autónomo como repartidor.
Estos años he participado en el movimiento de curas obreros, en el movimiento pro celibato opcional (MOCEOP), en la coordinación de las comunidades populares (CCP) y en la iglesia de base en general (Somos Iglesia, Redes Cristianas, Xarxa Cristiana, y con el colectivo LGTB, creyente y no creyente), y en los movimientos sociales en que he tenido ocasión y tiempo (vecinos, inmigrantes, discapacitados…)
Y aquí seguimos…

¿Cómo resumir estos 40 años de cura?
Creo que tres rasgos han definido mi proceso y mi estilo de ser cura:
  1. Ser cura obrero: como opción existencial por ser uno más, por estar con los de abajo, por asumir la causa de los de abajo como propia. Ganarme la vida con mi trabajo y un trabajo manual, precario, sin privilegios. Ser cura obrero significa desprofesionalizar el servicio religioso o evangélico. No vivir de la religión. Dar gratis lo que es gratis, lo que no tiene precio. Desclericalizar el ministerio, siendo uno más pero sin renunciar a ser uno mismo. 

  2. Ser cura casado. Compatibilizar ministerio y matrimonio, viviendo la sexualidad, la paternidad, la familia como sacramentos de encuentro con Dios, de realización personal y creyente. Reivindicar no sólo la opcionalidad del celibato sino la desclericalización por motivos de sexo, de orientación sexual, de opción matrimonial, plenamente compatible evangélica y teológicamente; sólo una disciplina eclesiástica no puede frenar la libertad, diversidad e igualdad personal y comunitaria. 

  3. Ser cura comunitario. La comunidad es el ámbito adecuado para una igualdad radical (nadie es más que nadie), para una fraternidad real, para una diversidad de carismas y ministerios no sólo aceptados sino animados por la comunidad. Ser comunidad es la primera y principal manera de ser plenamente iglesia. Es nuestro modo de ser iglesia. Y en ella, cada carisma tiene su lugar. Ser cura es uno más, siendo uno más y siendo uno mismo.
  1. En resumen, estos tres rasgos son no sólo una experiencia de 40 años (con su proceso y evolución…), que muestra con hechos que es posible ser cura de otra manera que la tradicional; sino un reto personal y comunitario: ser cura sin ser clero. Superando una eclesiología clerical (marcada por la Institución), cabe una eclesiología comunitaria (marcada por la comunidad). Ser cura no es tanto una función eclesiástica cuanto un servicio al Reino de Dios, al Evangelio de Jesús, a la Causa de los pobres. En ese servicio me encuentro como cura, como comunidad y como iglesia de Jesús. Pero no como clero: no soy célibe, no trabajo profesionalmente como cura, no cobro ni dependo del Obispo, no estoy en nómina en la diócesis. Es posible ser cura sin ser clero, pero para ello no hacen falta curas, sino comunidades desclericalizadas donde cada carisma sea reconocido y ejercido con libertad y creatividad, como dones del Espíritu. 

  2. Hay comunidades que asumen una postura más “radical” respecto al ministerio: que no haya curas. Con todo el respeto a esa postura, la mía y la de nuestra comunidad no es la de suprimir del todo el ministerio “ordenado”, sino la de reconocer el carisma en una persona, aceptarlo como comunidad, y “reinventar” una forma de ser cura que no es la tradicional, “clerical”, sino un servicio comunitario. Tal vez la “ordenación” no debería ser tan vertical, de arriba abajo: el obispo “ordena” y envía a una comunidad; sino horizontal y desde abajo: la comunidad reconoce el carisma y lo acepta en comunión con otras comunidades. Al obispo le correspondería el servicio de comunión de reconocer y convalidar lo que la comunidad decide, no de decidir por encima de ella.

  3. En ese proceso de desclericalización cabe no sólo la opcionalidad del celibato, sino la posibilidad del ministerio ejercido por mujeres, célibes o casadas, hombres o mujeres homosexuales o lesbianas, o tantos otros ministerios que las necesidades de cada comunidad y los carismas de cada persona hagan posibles o necesarios, con el debido discernimiento bajo la acción el Espíritu.

Deme Orte. 30 de Mayo 2013.


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