El
día 16 de noviembre de 1965, cuando estaba terminando el Concilio
Vaticano II (1962-1965), algunos obispos, animados por Dom Helder
Câmara, celebraron una misa en las Catacumbas de Santa Domitila e
hicieron el Pacto de las Catacumbas de la Iglesia sierva y pobre.
Proponían para sí mismos ideales de pobreza y sencillez, dejando sus
palacios y viviendo en simples casas o apartamentos. Ahora con el Papa
Francisco este pacto gana plena actualidad. Vale la pena recordar los
compromisos asumidos por los obispos.
«Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo
ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa,
alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la
riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos,
insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente
evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a
nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre
de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
(...)
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