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Un grupo de unas 100 personas, llegadas de 15 países y pertenecientes al movimiento internacional de curas católicos casados,
nos hemos reunido del 29 de octubre al 1 de noviembre en Guadarrama
(Madrid) para celebrar un Congreso Internacional bajo el lema “Curas en unas comunidades adultas”.
Ha sido especialmente destacable haber contado con la presencia de 30
personas que, a pesar de la distancia y del coste económico, han venido a
participar desde Latinoamérica. Culmina este acontecimiento un proceso
ya antiguo: 7 congresos internacionales, más 7 latinoamericanos y otros
muchos nacionales.
Pertenecemos a ese amplio colectivo de creyentes en Jesús de Nazaret,
que decidimos hace unos cuarenta años reivindicar de palabra y de obra
la opcionalidad del celibato para los curas de la Iglesia católica de
Occidente.
Nuestro recorrido como colectivo ha ido ampliando la perspectiva
inicial centrada en torno al celibato, para ir profundizando hacia un
modelo de cura no clerical y un tipo de iglesia no asentada férreamente
sobre un cura exclusivamente varón, célibe y clérigo.
Nuestro objetivo en este congreso ha sido claro: “realizar un análisis y un balance”
–tras casi cuarenta años- de lo que ha supuesto nuestra andadura en las
comunidades de creyentes a las que pertenecemos, tanto en el terreno
personal como en el eclesial.
Para ello, hemos compartido y reflexionado sobre diversas
experiencias comunitarias, algunas de las cuales han sido trabajadas y
publicadas en un libro del mismo título (“Curas en unas comunidades adultas”).
Hemos contado con la inestimable ayuda de dos ponentes (Silvia R. de
Lima, brasileña, y Juan A. Estrada, español), de los componentes de una
mesa redonda, y con el trabajo realizado en diversos talleres.
Entre nuestras conclusiones –tras esta amplia etapa- queremos destacar:
1ª. Estamos convencidos –y en ello coincidimos con otras comunidades
de iglesia- de que el modelo de cristiandad mayoritariamente imperante
está desfasado cuando no acabado; y lejos de ayudar a la implantación
del Reinado de Dios, es con frecuencia un obstáculo para la vivencia de
los valores evangélicos. Un nuevo tipo de iglesia es urgente para poder colaborar frente a los retos que el ser humano tiene planteados.
2ª. Para la renovación de la Iglesia y de las comunidades de
creyentes hacia un modelo activamente comunitario de Asamblea del Pueblo
de Dios, es preciso un cambio estructural; no son
suficientes los meros cambios personales. Hay una inercia de siglos que
actúa como un peso muerto y dificulta cualquier cambio progresivo.
3ª. Nuestra andadura nos ha hecho experimentar y comprender que el
eje de esa transformación no está en el cura –célibe o no célibe: no es
ese el reto principal- ni en la jerarquía eclesiástica, sino en las
características de la comunidad: solamente las comunidades adultas, maduras, pueden llevar a cabo esa transformación estructural necesaria y urgente. La estructura actual tiende a perpetuar el inmovilismo y el cambio de formas sin ir al fondo.
4ª. Esas comunidades adultas -ya existentes, en ocasiones ignoradas o
perseguidas, pero por incentivar- son comunidades donde sus
componentes viven la igualdad, la corresponsabilidad, la fraternidad y
sororidad, sin girar en torno a una figura –el cura- que ha ido
reuniendo a lo largo de la historia todas las tareas y responsabilidades
en su persona.
5ª. Esa adultez y mayoría de edad les permite adaptarse a las
exigencias culturales y sociales de nuestro mundo cambiante, vivir y
formular la fe de otra forma y organizarse desde dentro según sus
necesidades. Son libres y ejercen la libertad. No viven desde la
obediencia, sino desde la creatividad.
6ª. Y, finalmente, entre sus características está elegir y encomendar
las tareas y servicios y ministerios a las personas que consideran más
preparadas y adecuadas para cada tarea, sin distinción de sexo ni de
estado. Luchan por ser comunidades abiertas, inclusivas, desde la
pluralidad y el respeto.
Hemos encontrado y participamos en comunidades de este tipo. No son
una quimera sino realidad a pesar de sus deficiencias. Y estamos
decididos a seguir luchando para cada día sean más numerosas y
auténticas.
Esta apuesta no es sencilla. Somos conscientes de la problematicidad
de nuestra apuesta: en ocasiones bordeando la ilegalidad; pero no por
capricho ni arbitrariamente; sino por fidelidad a valores profundamente
evangélicos.
Y creemos que los retos actuales nos exigen abrir caminos en esos
campos poco explorados, ser creativos, reconocer y practicar el
protagonismo de las comunidades y hacer así realidad aquellas
intuiciones del Vaticano II que tanta ilusión despertaron, que fueron
arrinconadas como peligrosas y que hoy, con la llegada del papa
Francisco, han cobrado actualidad y recuperado su carta de ciudadanía en
nuestra Iglesia.
Invitamos a todos los creyentes en Jesús a ser valientes y adentrarse
en estas sendas de creatividad y libertad, para hacer cada día más real
el Evangelio de la misericordia y de la responsabilidad ante los seres
humanos y ante nuestra Madre Tierra.
Guadarrama, 1 de noviembre de 2015.
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