02 diciembre 2013 | Por Jose Luis
El
pasado 1 de diciembre frente al número 5 de la calle Alcalá, sede del
ministerio de Hacienda, se reunió un nutrido grupo de personas, en una
manifestación más, al calor de la indignación que recorre la sociedad,
pero con un pequeño matiz que la hacía diferente… Eran curas, religiosas
y religiosos, familias, personas solas, en activo, jubiladas o en
desempleo…, todos unidos por la fe en Jesucristo, dispuestos a denunciar
los estragos que causan las actuales políticas en los más desamparados
de la sociedad y solidarizarse con ellos. Los convocantes habían sido
más de 40 entidades católicas de Madrid entre parroquias, movimientos, comunidades, congregaciones y colectivos diversos.
Desde que surgió la idea de hacer oír la voz de los cristianos, en
medio del ruido y el dolor que está provocando este largo y frío
callejón en el que la sociedad vive atrapada por imposición de los
poderes económicos y de los gestores públicos, habían pasado meses. Un
tiempo que no ha transcurrido en vano, sino que ha servido para ahondar
en el conocimiento mutuo, romper prejuicios y reflexionar conjuntamente.
Sobre todo, una ocasión para hilvanar tejido eclesial, allí donde la
incomunicación y los recelos, habían dejado jirones sueltos. Con todo,
el día señalado, había sido pacientemente organizado, para, por una vez,
levantar una voz de marcado signo eclesial que recordara a los
gobernantes, a la sociedad en general y a las víctimas de esta
situación, en particular, que la precariedad, la degradación de los
servicios públicos y la desatención a los más débiles no agrada al Dios
revelado en Cristo. Una gran pancarta apoyada en la fachada que separa
la calle de los despachos donde se gestiona la Hacienda Pública, en la
que se podía leer “Desde Evangelio, por la Justicia y los Derechos
Sociales” daba idea de lo que allí pasaba. Numerosos carteles con la
cita de Lucas sobre la imposibilidad de servir al mismo tiempo a Dios y
al dinero, la referencia del libro del Éxodo clamando Justicia para el
pobre o algunas frases pronunciadas por el Papa Francisco, como “Sin
trabajo no hay dignidad”, acababan de confirmar que aquello debía ser
algún “lío” montado por católicos y católicas de Madrid, a la postre,
los firmantes de las hojas volanderas que se repartían entre los
viandantes.
En definitiva, varios centenares de personas de Iglesia, sin apenas
influencia, ni recursos, ni mucho menos acceso a los centros de poder y
comunicación social, dispuestas a proferir un sonoro silencio de
protesta dirigido a los oídos más insensibles y corazones endurecidos,
pero también a acariciar suavemente la dignidad tantas veces herida de
los que más sufren. Durante cerca de dos horas, los asistentes marcharon
alrededor de una cruz dibujada en el suelo y formada con carteles donde
se podían leer algunos de las presentes afrentas más destacadas a los
derechos sociales, como la degradación de las condiciones laborales, los
recortes en la asistencia sanitaria, el sistema público y la protección
social. La escena recordaba imágenes grabadas en Norteamérica, en la
que ciudadanos y ciudadanas pasean en círculo con sus pancartas en la
mano. Transcurrió la mañana, en su mayor parte, en silencio, sólo
interrumpido ocasionalmente, para dar lectura pública del comunicado
consensuado con paciencia, mucho diálogo, generosas renuncias a imponer
el punto de vista propio y un profundo discernimiento radicalmente fiel
al Evangelio y a las enseñanzas de la Iglesia. Ni siquiera la
representación teatral, bellamente plasmada y atinadamente ideada para
reflejar las tristes consecuencias de la crisis, además de para convocar
a los espectadores a la acción, rompió la calma profética, indignada y
solidaria que rodeó el acto. La cita concluyó dejando en el ánimo de la
mayoría un regusto agridulce, producto de la dureza de las
circunstancias denunciadas y el calor reconfortante del encuentro, la
coincidencia y el deber cumplido. Pero también quedó flotando en el aire
el deseo de continuar el trabajo en común, con el horizonte puesto en
defender la dignidad de los últimos e impulsar la aportación
genuinamente cristiana en la construcción de una sociedad más justa, más
fraterna y más sostenible.
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