Sintiendo la muerte cerca, tal vez deseándola —su último mensaje discordante con la Iglesia fue rechazar el tratamiento terapéutico—, el cardenal Carlo Maria Martini, de 85 años, concedió una última entrevista. El párkinson que lo venía martirizando desde hacía años apenas lo dejaba hablar, pero “el cardenal del diálogo”, como lo llaman los medios italianos, se las arreglaba para hacerse entender con la ayuda de don Damiano, su asistente.
El pasado 8 de agosto, el excardenal de
Milán —lo fue desde 1979 a 2002— recibió al también jesuita Georg
Sporschill y le concedió una charla, “una suerte de testamento
espiritual” que el Corriere della Sera ha publicado. Martini no se anda
con rodeos: “La Iglesia debe reconocer los errores propios y debe seguir
un cambio radical, empezando por el Papa y los obispos”.
El cardenal no elude ninguna pregunta. Ve a la Iglesia cansada, sin
vocaciones, atrapada por la burocracia, enganchada al bienestar:
“Nuestros rituales y nuestros vestidos son pomposos”. Llega a comparar
la situación de la Iglesia con la de aquel joven rico que se marcha
triste cuando Jesús lo llama para que se convierta en su discípulo. “Sé
que no podemos desprendernos de todo con facilidad, pero al menos
podríamos buscar hombres que sean libres y más cercanos al prójimo. Como
lo fueron el obispo Romero y los mártires jesuitas de El Salvador.
¿Dónde están entre nosotros los héroes en los que inspirarnos…?”
Unas semanas antes de morir, Martini reconoce que la Iglesia está
anticuada. “En la Europa del bienestar y en América, la Iglesia está
cansada”. Y le receta tres instrumentos para salir del agotamiento. “El
primero es la conversión. Debe reconocer los propios errores. Los
escándalos de pederastia nos empujan a emprender un camino de
conversión. Las preguntas sobre la sexualidad y sobre todos los asuntos
que competen al cuerpo son un ejemplo. Debemos preguntarnos si la gente
escucha todavía los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿La
Iglesia es todavía una autoridad de referencia o solo una caricatura en
los medios?”. El segundo y el tercer consejo es recuperar la palabra de
Dios y los sacramentos como una ayuda y no como un castigo. “¿Llevamos
los sacramentos a los hombres que necesitan una nueva fuerza?”. El
cardenal querido por los italianos —6.000 por hora desfilaron por la
capilla ardiente instalada en la catedral de Milán— pone en duda el
papel de la Iglesia católica frente a los nuevos modelos de familia.
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