artículo de Público
por ANTONIO ARNAU
Desperté y el
fuego seguía allí. Lo confirmaba el olor a chamusquina y las
cenizas sobre el balcón. Con rabia pero sin sorpresa, asisto a la
mayor catástrofe ecológica desde la del valle de Ayora en 1979, al
inicio de aquella transición inacabada cuyas secuelas padecemos.
Valencia pierde su pulmón verde.
Con Franco,
en la ingenuidad de la pubertad política, casi nos consolaba la
ironía de Perich y su famoso "Cuando un monte se quema,
algo suyo se quema... señor Conde". Hoy, ese monte que ocupa el
51% de la extensión del País Valencià, además de ser nuestro
patrimonio natural y nuestro paisaje, aporta Servicios Ambientales
esenciales, que se cuantifican en euros. Hoy, que todo se compra y se
vende, incluso el aire y el derecho a contaminar, amanecemos más
pobres, y no sólo por el comienzo del "repago" y la subida
de la luz. Durante este "finde" de aurora roja, nuestra
renta como pueblo valenciano ha disminuido en 500 millones de euros
anuales. En esa cifra se valoran los servicios ambientales que ya no
puede prestar la superficie quemada. (...)
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