Los líderes del sistema están haciendo esfuerzos titánicos por sacarnos de la crisis en la que el mismo sistema nos ha metido. Para ello, por lo visto, lo que quieren es mejorar el sistema, a ver si puede funcionar de forma que la codicia de los gestores del propio sistema esté mejor controlada. Tarea en la que, según parece, no acaban de ponerse de acuerdo. Obama, por un lado, Sarkozy y la Merkel, por otro, en definitiva son portavoces de potencias que concentran bastante codicia. Y es claro, no debe ser fácil que los representantes de las grandes potencias codiciosas, por más "gente de orden" que sean, puedan ponerle remedio a la codicia. Se pueden discutir los medios que unos y otros quieren poner para resolver la crisis. Lo que nadie puede discutir es la buena voluntad que a todos se les presupone. Pero ocurre que el problema no está en la buena o mala voluntad que cada cual pueda poner para salir de la crisis del sistema. El problema está en el sistema mismo. Pero ahí es donde no se quiere tocar.
La reunión del G 20 ha coincidido con las vísperas de la Semana Santa. Y mucha gente, en estos días, reaviva los rescoldos de sus creencias religiosas. El hecho es que las numerosas cofradías, con el respeto y el fervor que el asunto se merece, preparan sus estaciones de penitencia con el esplendor y la devoción que inspira el recuerdo de la pasión y muerte del Señor. Yo siento un profundo respeto por tales manifestaciones de religiosidad. Como lo siento cuando veo a los musulmanes rezar en sus mezquitas o en la vía pública o a cualquier persona religiosa expresando públicamente sus creencias.
Con todo, volviendo a la Semana Santa de los cristianos, el problema que yo veo es que, si la muerte de Cristo se recordara públicamente como en realidad ocurrió, la Semana Santa tendría que celebrarse de otra manera.
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